El toreo, es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, principalmente por una falsa educación pedagógica que nos han dado y que ha sido los hombres de la generación de los primeros en rechazar. Creo que los toros en la fiesta más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y su mejor bilis. Es el único sitio adonde se va con la seguridad de la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza. ¿Cuál sería la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua si dejando de sonar los clarines dramáticos de la corrida?
Federico García Lorca
Miguel Pérez de Lema
Entre los fraudes esenciales de nuestro tiempo se extienden por España el chapapote de la falsa tolerancia y la impostura del multiculturalismo. Basta leer lo que se escribe, ver lo que se emite, o escuchar lo que se dice en la calle, para cerciorarse de que quienes se proclaman defensores de estas ideas son habitualmente ejemplares puros del viejo energumenismo ibérico. Su proyecto no ha sido nunca el del respeto a los demás, sino el de socavar unos códigos, una cultura, una forma de vivir, para imponer cualquier otra cosa –incluso ninguna cosa- y en ese cambio, ejecutar su objetivo: mandar.
Ahora le ha tocado a la tauromaquia, y la supuesta hiper sensibilidad del nuevo orden ha decidido liquidar el último rito del mundo antiguo. La tolerancia no rige para este arte, el multiculturalismo excluye de su paradigma este ejemplo sublime de cultura. Y usted se calla.
Con la fácil que sería dejar caer serenamente el crepúsculo de la tauromaquia, hasta que se agote su última luz. Porque la fiesta, el rito, el arte de los toros, camina inevitablemente, por sí mismo, hacia su desaparición. Sin embargo, los tolerantes no pueden tolerar su muerte natural, necesitan ser ellos los que lo descabellen, anotarse el triunfo, llevarse el trofeo de la nueva nada y salir a hombros por la puerta grande del poder.
La tauromaquia camina inevitablemente hacia su final, porque es incompatible con el espíritu de nuestro tiempo. Un tiempo de banalidad, sentimentalismo, ignorancia y simulacro no puede comprender, ni participar de la verdad pura de los toros.
En este último rito mediterráneo de la sangre y la muerte sacrificial del animal totémico, todo es absoluta, definitiva, trágicamente verdadero. Valores perdidos para nuestro final de civilización, en el que necesitamos estragarnos de cualquier estímulo artificial para eludir nuestra propia agonía.
Nada más muerto que esta época sin conocimiento de la muerte, con su pudor infantil ante la verdad de la muerte y falsas ideas gregarias acerca de la vida. Hemos talado nuestro árbol familiar y arrancado sus raíces, somos incapaces de comunicarnos con la honda cultura de esa danza de los símbolos elementales y la lucha por la vida que es la tauromaquia.
Cando en Barcelona cerraron la Plaza de las Arenas tuvieron que respetar el valor histórico del edificio: dejaron en pie la fachada, pero vaciaron el interior y metieron dentro centro comercial. Los cansados dioses paganos, los arquetipos, las viejas raíces del hombre, se desvanecieron espantados por el monoteísmo contemporáneo del dinero.